Podríamos decir que es la emulsión, también, la figura que mejor describe la lógica con la que se va fusionando el contenido de cada caja del libro de Consiglio, y la que propone a la vez un ensamblaje entre una y otra para formar un único libro. Conexiones que no responden al método inductivo, ni deductivo, ni al fluir de la consciencia, a vaivenes de la memoria o a resonancias simbolistas. Pareciera más bien tratarse de pensamientos, impresiones, personajes, espacios, episodios, que nada tienen que ver unos con otros hasta que se produce el enlace, por mera voluntad del narrador, que decide articular todo con todo de acuerdo a breves y controlados núcleos poéticos que funcionan como hipótesis o motores de escritura.
Así, en “Inacción”, el comportamiento de Franca, la gata de Jorge, es punto de partida de una secuencia asociativa que va desde un carpintero húngaro hasta Juan Carlos Onetti, pasando por Oblómov, personaje de la novela de Iván Goncharov, y el protagonista de la película de Yves Robert “Buenas noches, Alejandro”, versiones todas de cierto modo del cansancio vital que deriva en la pasividad.
Cualquier tema o personaje, objeto o espacio puede formar parte de este libro sujeto a la lógica de la emulsión: una tía querida dueña de una opa, Simón Estilita, un genial aunque ignoto poeta entrerriano llamado Palo, Pieter van der Meer de Walcheren, el conscripto Bernardi, el café La Ópera, un tornillo, el ámbar, el vergonzoso crimen de un perro perpetrado por tío y sobrino, Bruno Schulz.
Nunca abismado o excedido, el narrador de Las cajas, expande lo cotidiano, con una subjetividad nutrida en el arte, la filosofía, la poesía, pero a la vez, con los pies muy firmes sobre la tierra; y ejercita una frágil convivencia entre lo abstracto y lo concreto, lo alto y lo bajo, lo profundo y lo superfluo.
La ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense son el escenario reconocible de este libro de lenguaje y estilo muy porteños, en donde desfilan ante los ojos del lector el café La Ópera, la Estación Lacroze, la avenida Nazca, la calle California, la plaza de Merlo, y donde los personajes, los anónimos y los célebres, son vistos con la misma lupa filosófica y poética que hace tabula rasa sobre previas jerarquías y explora las experiencias de unos y otros de primera mano.
Solo en la infancia –dice Consiglio- “cualquier caballo distraído que huele el aire es un enigma”. Sin embargo, una leve hendidura en la piel de las uvas de Giannuzzi, puede dejar verter el líquido ilícito, y redimensionar lo real, siempre un paso más allá de lo aparente.
La edición de la Editorial Excursiones merece comentario aparte. Con dos reproducciones de Sivia Gurfein, una de las cuales se extiende al arte de tapa, el libro es un objeto precioso en sí mismo.