I. Luego de su inaugural volumen de cuentos Te vomitaré de mi boca (2003) y la serie de novelas La descomposición (2007), Glaxo(2009) y Lumbre (2013), Hernán Ronsino decide lanzar el compacto pero elocuente Notas de campo. Como el autor aclara en la nota introductoria, se trata de un libro en el que se ensaya un conjunto de pesquisas en torno a ciertas obsesiones que componen el universo literario de su obra hasta el presente: el pueblo natal, la experiencia, la memoria, lo ominoso. Es a la vez un libro en el que Ronsino da cuenta del acervo de lecturas en el que se inscribe su escritura. Se organiza en tres secciones bien delimitadas. “Huellas”, que gira alrededor de lo autobiográfico y la gestación de un escritor. “Lecturas”, que versa exactamente sobre autores y obras que lo influyeron. “Tensiones”, que indaga sobre el trabajo con la escritura en tiempos de Internet y tecnología digital.
II. En un registro ajeno a la academia pero también a la improvisación, Ronsino constata con este grupo de reflexiones que se trata de un pensador de la literatura en general y de su propia literatura. Recupera de este modo la figura de aquel que posee, sino una teoría, al menos una rumiada idea acerca de qué y para qué se escribe. Sin por eso alejarse de un estilo, en varios de los tramos más logrados de Notas de campo se respira esa atmósfera, entre espesa y amena, que tan bien despliega el chivilcoyano en su ficción. El autor se incorpora con este libro, junto a Carlos Gamerro o Martín Kohan, quizás sin la extensión ni la pretensión teórica de estos, en una secuencia de escritores contemporáneos que no solo producen literatura de ficción sino que además pueden transmitir al público lector un cúmulo de consideraciones que enriquecen el abordaje de la propia obra y el panorama del ensayo literario local en simultáneo.
III. Notas de campo solo es posible gracias a la repercusión generada por la obra previa del autor. Es el sólido trabajo novelesco que Ronsino ha construido lo que permite que el libro sea de interés editorial y lo que en última instancia lo completa. Sobre todo si se lo piensa como un apéndice a lo que parece ser el cierre de un ciclo de su trabajo. Según ha relatado en diferentes entrevistas, el mundo pampeano y su reverberación en el recuerdo –“esa tiranía”– que caracterizó su producción hasta el momento, ya no será motivo de su próxima novela, algo que el aporteñado protagonista de Lumbre ya parecía anticipar. “Pero toda despedida siempre entraña algo de celebración y de tristeza”, afirma Ronsino en el prólogo a Obra y muerte de Carlos Ortiz, publicado en la colección “Los raros” de la Biblioteca Nacional en el año 2015. Algo de esa postulación se asemeja a lo que estos textos vienen a significar en esta primera etapa de la ficción ronsiniana.
IV. Como si de aplicar la maquinaria “Ricardo Piglia” se tratara, en “El reborde de todas las cosas” –en la sección“Huellas”– Ronsino apela a la memoria y a la autobiografía para recuperar sus primigenios acercamientos a la literatura pero, por sobre todo, para reconstruir su linaje personal. Con el Chivilcoy de Sarmiento (¿o de Rosas?) como fondo ineludible, aparece por un lado la biblioteca de la madre maestra normal/poeta y allí el Martín Fierro del CEAL ilustrado por Juan Carlos Castagnino junto a los títulos de una de las colecciones de Losada. Por otro lado, el taller de chapa y pintura del padre, ese “laboratorio de la lengua”, en el que este o los que pasaban se dedicaban a narrar historias. La escritura y lo oral, el linaje materno y el paterno respectivamente. Y dando vueltas también la lectura escolar de Gabriel García Márquez, los periódicos regionales y la biblioteca popular con su silencio reverencial e institucional. Más tarde, en el partido de la costa, será la librería comercial, donde sugestivamente aparecen Piglia y también Adolfo Bioy Casares y un ensayo sobre Jean Paul Sartre.
V. En “La casa y el violín”, siempre en el territorio de la memoria, la fascinación por lo abandonado, el enigma que entraña aquello que se derrumba y que oculta algo indecible. Hay en lo que se interrumpe un tema libresco, uno de los tópicos que en la existencial La descomposición se desarrolla con una morosidad llena de impacto. A la par de esto, la interrupción lleva a la imposibilidad del poema, a la confesión por parte de Ronsino de su incapacidad en este género y sin embargo, de la mano de Juan José Saer, la decisión de trasladar el trabajo con la respiración poética a la superficie de la prosa. Si se quiere, una declaración estética de principios que se puede corroborar en la lectura de toda su obra, eso que permite que podamos hablar de un clima peculiar e inherente a la escritura del autor. Todo esto con un magistral ida y vuelta entre los recuerdos de una frustrada carrera de violinista en la infancia y los textos que Lugones y Saer no pudieron finalizar. Con la muerte y el suicidio danzando cerca.
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