Editorial Excursiones

«Félix Bruzzone, escritor piletero», entrevista de Pablo Díaz Marenghi acerca de Piletas, publicada en Almagro revista en enero de 2018

“Es como si necesitara ser obrero” piensa en voz alta Félix Bruzzone mientras se sirve un poco más de café. Sentado en el pequeño estudio donde da sus talleres literarios, habla con claridad y firmeza, aunque en un tono calmo. Se lo ve óptimo, jovial y descansado, como si no se le notara cansancio alguno en el cuerpo por el trayecto que suele hacer desde Don Torcuato, donde vive con su mujer y tres hijos, hasta el barrio de Congreso donde se encuentra su bunker literario. Al pensar de qué modo construye su literatura, la asocia a su propia experiencia, como tantos otros escritores. Primero a la más originaria: es hijo de desaparecidos, y eso lo marcó para siempre. Sus preguntas existenciales aparecen en su primer libro de cuentos, 76 (2008), y en sus novelas Los Topos (2008) y Las Chanchas (2014). Por otro lado, el trabajo que más lo acompañó es el oficio de limpiar piletas. Esto se vuelca en su novela Barrefondo (2010) -adaptada al cine y a punto de ser estrenada- y en Piletas (2017), libro de pequeñas crónicas semi autobiográficas que surgieron como posteos de Facebook hasta darle forma a un relato mayor a modo de libro. Las andanzas de este piletero, que ya es un personaje que excede a su autor, abordan temáticas sociales, clasistas y políticas bajo una óptica del humor, el absurdo y, por momentos, la desidia de la clase trabajadora.

Bruzzone, que de chico se fascinó con el libro Tu nombre en clave es Jonás, de la colección Elige tu propia aventura, y con Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, hoy es uno de los autores contemporáneos más destacados de su generación. Alguien que supo narrar los setenta alejado de los lugares comunes, incluso en el filo de la incorrección política, para poner patas para arriba la comodidad de ciertas miradas sobre el pasado argentino reciente. En diálogo con Almagro Revista reflexiona sobre su último libro, sobre sus conocimientos “pileteriles” y acerca de cuestiones de fondo en su obra: la identidad, la memoria, el mundo del trabajo, la pertenencia de clase y el cómo sanar las heridas ocasionadas por daños irreparables.

-¿Cómo empezaste a escribir y a leer?
-Empecé a leer en el colegio. Después, agarrando algunos libros por fuera, pero tampoco tantos. Vivía en una familia de clase media así que había acceso a eso. Vivía con mi abuela. Ella no era una gran lectora pero leía, la veía leer bastante tiempo. No trabajaba. Eso implicaba, para mí, que la lectura era algo importante. También empecé bastante temprano a escribir. No se por qué estaba esa inquietud. Empecé a escribir cartas. Tenía otra abuela que vivía en San Luis y tenía como esa obligación de escribirme con ella. Después se convirtió en eso nuestra relación: escribirnos cartas. Inventaba cosas en las cartas, ya empezaba cierta cosa ficcional. A partir de ciertas lecturas que me gustaban me daban ganas de hacer cosas parecidas y escribía también. Después, en la adolescencia, seguía leyendo libros por fuera del colegio, pero no muchos. Nunca fui un gran lector, la escritura siempre estuvo en paralelo a eso. Producto de eso, decidí estudiar Letras, mi formación más importante viene de ahí: de la carrera de Letras de la UBA. Después hice un taller literario a los 25 con Diego Paszkowski y ahí conocí a chicos de mi edad y armamos un grupo de intercambio de textos; un taller horizontal sin la autoridad que nos regulara. Empezamos a producir más y a tener criterios más propios. Eso terminó en lo que fue una pequeña editorial, Tamarisco, donde publicamos libros de gente que no había publicado nunca y nuestros propios primeros libros. Eramos Hernán Vanoli, Sonia Budassi, Violeta Gorodischer y yo. Saqué mi primer libro de cuentos ahí, 76, y después empecé a publicar mis novelas y otras cosas que fueron saliendo. Me dediqué bastante a eso, más allá de otras cosas que también he hecho, como por ejemplo limpiar piletas (risas).

-¿Cada vez limpias menos piletas?
-Hasta el 2016 tenía muchas. En 2017 tomé la resolución de quedarme sólo con las que realmente no me dan tanto trabajo pero si me dan una especie de fijo por mes para amortizar un poco los desniveles que tiene el mundo de la literatura en lo económico, que es siempre muy poco predecible todo.

-Tu libro Piletas te relaciona con otros escritores que desempeñaron trabajos ajenos al mundo de la literatura para sobrevivir. Pienso en Charles Bukowski trabajando en el servicio postal, por ejemplo. ¿Cómo llegaste a limpiar piletas y cómo te surgió transformarlo en literatura?
-Estaba sin trabajo en el 2003, había renunciado a un colegio donde trabajaba como maestro. Estudié para maestro de primaria y fracasé (risas). La situación no era muy buena, había vuelto a dar clases como particular y tenía pequeñas entradas de dinero, pero nada muy sustancioso. Me acababa de mudar con quien ahora es mi mujer, con la que ahora tenemos tres hijos. En aquel momento no teníamos nada más que una hermosa relación. Pero no teníamos plata. Un día, un cuñado me ofrece trabajar con las piletas y yo tenía que tomar una decisión: si volvía a la docencia, con la cabeza gacha o no, porque era inminente que tenía que volver a trabajar. A él le sale un ofrecimiento mucho más rentable en Nordelta, de un lote de piletas casi idéntico al de él en cantidad pero mucho más redituable. Entonces me ofreció a mí dejarme las que él hacía en Don Torcuato (yo todavía vivía en Capital) pagándole un canon. Saqué la cuenta de cuánto ganaba por hora de trabajo y era bastante más que dar clases y mucho más que trabajar en escuelas. Entonces dije: voy a probar. Empecé con eso, con algunos altibajos al comienzo pero me estabilicé. No es tan difícil (risas). De a poco fui teniendo cada vez más. Soy bastante responsable en el trabajo, en general. Me fue bastante bien. Eso que no le dí bola, lo mío siempre era hacerlo lo más rápido posible y volverme a casa.

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Esta entrada fue publicada el 09/03/2018 por en Prensa.
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