Editorial Excursiones

«Vallejo, el poeta cronista», anticipo publicado por Revista Anfibia el 14 de octubre de 2016.

Uno de los más grandes poetas del siglo XX fue también cronista. César Vallejo practicó el género periodístico de larga tradición latinoamericana con su mirada vanguardista y su conciencia política. En ese registro de lo cotidiano ejerce su labor militante en ritmo de periodista. Los textos fueron publicados en distintos medios y acaban de ser recopilados en el libro Una experiencia del mundo, publicado por la Editorial Excursiones.

Arte: Nessy Cohen y Claudia Mazzucchelli

Foto:Nick Kenrick

 

PARÍS EN PRIMAVERA

 

Los periódicos de París anuncian para esta noche el cambio de la hora de la estación. Hoy empieza el horario de verano. L’Intran dice en su primera plana: “Esta noche, a las once serán las doce”. Y un amigo mío, arreglando sus músculos en orden alfabético, como en un paraje del Celeste Ugolino, me llama la atención hacia el hecho de que los términos en que l’Intran anuncia el nuevo horario de París le traen a la memoria un extraño poema de mi libro Trilce, donde hay un verso que dice: “¿Quién clama que las once son las doce?”.

 

“He aquí –sostiene mi buen amigo– que el verso de usted va a realizarse esta noche en París”. A las once serán las doce. Es decir, las once serán contadas por doce. “¿Qué hora es?”, preguntaremos a cualquier transeúnte y este nos responderá, muy seguro de lo que dice: “Son las once, o, lo que es igual, las doce de la noche…”.

 

Sin duda alguna, hay versos en ese maldito Trilce que, justamente, por derrengados y absurdos, hallan su realización cuando menos se espera. Son realizaciones imprevistas y cómicas, pero espontáneas y vitales. Aquello de que esta noche las once sean las doce en París no puede ser más cierto y viviente. El que pretende sustraerse a esta articulación –istmo o canal– entre ambos números del reloj tendrá que asumir todas las consecuencias de su rebeldía. Aquel que no acepte esta nueva verdad matemática de que once son doce tendrá que vérselas esta noche con mil catástrofes personales. Porque bueno es que sepa que sin el reloj –solar, de arena o de metal– nada es posible en este valle de lágrimas. Una persona sin reloj no vive en regla con su destino. Aun más allá de la tumba, impera un horario. La Muerte misma lleva reloj y sujeta sus actos de muerte a la medida del tiempo, porque la Muerte, para matar, tiene que estar dentro de la disciplina del reloj; en caso contrario será una Muerte que no mata. En Le Grand Écart está comprobado lo dicho. El futuro muerto que encontró a la Muerte, sin que esta lo mate, creyó que la Muerte se había equivocado de hora. Pero no fue tal. La Muerte iba en ese instante caminando precisamente hacia un lugar distante, donde estaba escrito que ese futuro muerto moriría… Rían los beocios. Sirva el café el criado. ¡Oh, qué fresca redada de horizontes!…

 

Y cuando la primavera de París, florecen colorados disparates, botones de misterio. A las once son las doce… Mi novia se va a Niza a pasar las Pascuas de Semana Santa… Me duele el cuello de mirar tan lejos… El sol fulge… Se abren nuevos cabarets… Se cierran muy temprano los bancos… La Academia Francesa niega carta de naturaleza a la dulce palabra midinette… Hay personas mayores y personas menores…

 

Seguir leyendo el anticipo en Revista Anfibia.

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Esta entrada fue publicada el 14/11/2016 por en Prensa.
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