Un libro quemado, de Alfonsina Storni
(Excursiones, Buenos Aires: 2014)
Un libro quemado es una reedición de los textos periodísticos de Alfonsina Storni, producidos entre 1919 y 1921. A Nosotras… y la piel1, que salió en el 98, en el sexagésimo aniversario de la muerte de la poeta, se le han agregado algunos textos y han salido otros. Pero lo novedoso de este libro es cómo se han organizado las crónicas. Las seis partes proponen un recorrido a través de la obra periodística de Alfonsina que es, en este caso, una relectura de la historia de la mujer y la conquista de derechos. Modelando feminismos, Urbanas y modernas, Lectoras y escritoras, Mujeres que trabajan, Masculinidades y Rituales e instituciones, son los ejes que estructuran esta nueva propuesta de lectura.
Es interesante lo que despierta Alfonsina Storni en la actualidad. Si bien es admirada como una de las feministas pioneras en su tiempo, o defensoras de los derechos de la mujer, sigue siendo desprestigiada por sus versos de “las nacidas para amar”. Alfonsina Storni, entre su voz de poeta modernista y su irónico y sarcástico Tao Lao, el seudónimo con el que firma muchas de sus crónicas, tiene mucha tela para cortar en cuanto a los orígenes de las teorías de género. Es difícil, en este caso, decir algo que no haya sido dicho, sobre todo desde el rescate que se hizo de su obra a partir de los 90 cuando teóricas como Delfina Muschietti analizaron sus estrategias de enmascaramiento, estrategias del travesti, en poemas como “Tú me quieres blanca”, que estudiaron las distintas funciones de la voz poética de Alfonsina.
No sé realmente cuáles eran las estrategias de Alfonsina. Yo pienso que Alfonsina no era una mujer con un plan previo. Creo que, como buena geminiana, las cosas le iban ocurriendo y que ella las iba acomodando a sus grandes ambiciones, acordes a su gran potencial. Alfonsina tuvo que atravesar muchas situaciones adversas, familiares, laborales, de salud, donde fue presa de distintos estereotipos por ser madre soltera, mujer escritora; que pretendió, además, vivir de lo que hacía y ser un sustento para su hijo y su familia. Pero todos estos también son encasillamientos y formas de ver a una persona que lo único que hizo durante toda su vida fue pelear por tener un lugar en un cenáculo de escritores como Borges que en muchos casos vieron sus versos y sus disputas como “chillonerías de comadrita”. Después, ya todos lo sabemos, vino la adversidad del cáncer de mama y el suicidio romántico.
Su amistad con Quiroga no puede ser casual en todo esto. Quiroga fue uno de los que más insistió por ser un escritor pago; sin embargo, él mismo declaró que aunque sus libros y sus cuentos se vendieran, no se puede vivir de la literatura. La pobreza marcó su vida, igual que la tragedia. Y Quiroga, con ayuda de un extraño personaje del que se había hecho compinche en el hospital, bebió cianuro el 18 de febrero de 1937 para no continuar con el camino que le trazaba el cáncer de próstata. Y es curioso que poco después del literario suicidio de Horacio, se matara Alfonsina, también para evitar la agonía del cáncer. Pero antes de Alfonsina, exactamente un año después que su amigo y admirador, Leopoldo Lugones, el padre del modernismo argentino, ingirió cianuro en Tigre. Hasta hace poco se decía que por desilusiones políticas, hoy se sabe que en realidad fue por la desatinada intervención de su hijo en el affaire que mantenía con la que llamaba Aglaura. Poetas y escritores unidos en esta suerte de constelación trágica de muerte y miseria: el clan Lugones, famoso por su descendencia funesta, le compite al sino fatal de la familia Quiroga, tan deudor de esa otra historia temible, la del poeta y cuentista maldito, Edgard Allan Poe.
Y distingo entre escritores y poetas porque la misma Alfonsina, en la nota que escribe paraNosotras el 18 de julio de 1919, advierte:
En nuestro continente la poesía se parece a la vegetación tropical: si no muy útil, si no muy sobria, es abundosa y desaliñada, rica en ramas y hojas y preparando, claro está, algún fruto.2
Y más adelante:
una poesía que se hace en un momento dado, se la pule luego, si se la pule, y el trabajo está terminado. La novela, el drama, exigen ya una dedicación constante, un trabajo de conjunto, una disciplina mental más severa, y el ambiente no está para eso: se vive a saltos, se adquiere una cultura liviana, se distribuye la vida en distintas solicitaciones amenas, y el cerebro se unta de pereza y se rebela ante trabajos de aliento para los cuales tampoco hay estímulo.3
Me entusiasma esta paradoja: nuestra más importante poeta argentina no respetaba la poesía, o mejor dicho, hacía poesía porque no le daba para hacer novela. En realidad pensaba que todavía no había nacido la mujer que pudiera ponerse al lado de “las grandes cumbres literarias masculinas”. Este estereotipo se ha mantenido durante muchos años en la elite literaria (tal vez todavía se mantiene).
La frase memorable de Tao Lao nos da una pauta de lo que pensaba Alfonsina sobre la ingerencia de su voz en la descripción que hace de las normalistas: “un mosquito, por grandes lentes de carey que soporte, es una entidad sin palabra”. Así se debe haber sentido más de una vez Storni en ese contexto adverso para una mujer. Se nota en sus palabras ácidas, en su reproducir los discursos hegemónicos a la hora de describir a sus congéneres:
Verdad es que a veces la mujer peca del dulce defecto de zarandear a diestra y siniestra el rosado apéndice que las estrellas le han puesto en la boca para que encante la vida con sus deliciosas tonterías y sonoras risas, pero justo es reconocer que cuando este bello y ligero ángel es tocado por el entendimiento superior de las cosas, cuando se da a ejercitar toda la responsabilidad, el rojo apéndice se limita, se contiene, y palabras sensatas reemplazan el susurrante parloteo con que nos aturden las gentiles cabecitas huecas.4
No sabemos a qué se refería Alfonsina con “el entendimiento superior de las cosas”, pero siguiendo con la anterior declaración, la poesía no parece formar parte. Aunque el espaciamiento de sus últimos libros y la madurez de sus versos nos indican que, con el tiempo, la poeta había comenzado a cambiar de perspectiva sobre el trabajo poético. Tal vez se tratara de las cuestiones feministas que ya comenzaban a denunciar el despotismo patriarcal. Pero no nos olvidemos de que Storni escribía estas crónicas para subsistir. Al igual que la escritora brasileña Clarice Lispector que, después de separarse de su marido, regresa a Río y debe tomar una columna en elJornal do Brasil. En el caso de Lispector, vemos que la escritora utiliza el periódico como espacio de experimentación literaria y a modo de crónicas personales. La propuesta de Alfonsina es clara, a través de Tao Lao o en su firma propia, lo que pretende es generar un lugar de reflexión dirigido a las mujeres acerca de la posición que ocupan en la sociedad. Tal vez una de las más personales sea la que se llama “La madre” donde, al modo que posteriormente hará suyo Clarice, ilustra a partir de una anécdota familiar un tipo de inteligencia femenina que tiene más que ver con lo instintivo que con lo racional.
De a ratos un poco inocentes, de a ratos muy duras críticamente, las palabras de la autora se mimetizan con su entorno. Como en aquel bello y breve poema:
Casas enfiladas, casas enfiladas, casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
ideas en fila
y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
Dios mío, cuadrada.5
Tal vez estas crónicas sean esa lágrima cuadrada. Un poco empatizadas con el contexto sociocultural de la época, ejercieron un espacio de denuncia donde las mujeres se habrán visto reflejadas a veces, y escandalizadas otras (quizás la mayoría) porque Alfonsina intentó cambiar las cosas:
Y digo que he aprendido, una cosa muy vieja: que los hombres buenos en engranajes malos acaban por amoldarse al engranaje y servirlo.
Pero si protesto, no ya contra los hombres, pero siquiera contra el engranaje, me expulsan… Y como las exposiciones de fin de año me han enseñado a mentirme a mí misma, justifico mi cobardía, pensando, al defender mi silencioso acatamiento, que las cosas son así porque no pueden ser mejores.6
Ella fue, sin duda, una de las mujeres que ayudaron a empujar los engranajes, a cambiarlos, a volverlos menos cuadrados, más flexibles, porque Alfonsina rompió el modelo en el que la mujer se encontraba. Justamente porque supo darle la mano a algunos estereotipos, entendió la voz que podían escuchar sus coetáneas quienes, mientras ella denunciaba las desigualdades legales de las que la mujer era víctima, memorizaban sus versos. Porque ella era como dice Diana Bellesi en su prólogo a Ésta es mi Storni, “una cabecita negra autodidacta, que nunca cabe con tranquilidad en los salones de la época, o quizás, deberíamos decir, una rebelde que no se vuelve revolucionaria, salvo en un puñado de poemas”7. Me atrevo a agregar: y en puñado de crónicas, donde el lector y la lectora encontrarán, además de un testimonio de época, consejos y advertencias a las que aun hoy hay que seguir atento.
Ver nota original ACÁ.