Editorial Excursiones

“Fuera de lugar”, por Malena Rey / Revista Los Inrockuptibles / Agosto 2013

Inrockuptibles

 

Además de un poeta destacado, impulsor de la corriente neobarroca rioplatense, Néstor Perlongher fue un ensayista incisivo, que reflexionaba críticamente sobre la política, la homosexualidad y la literatura en diversas revistas culturales. A más de veinte años de su muerte, se reedita Prosa plebeya, el libro en el que Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria reúnen sus escritos más radicales, y en el que se incluye esta hilarante entrevista, donde el autor de “Cadáveres” repasa sus obsesiones sin pelos en la lengua. / Por Malena Rey

Por qué interesaría la prosa de un poeta?”, se preguntan, al comienzo del texto introductorio, Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria, compiladores de Prosa plebeya, el libro en el que reúnen los ensayos de su amigo Néstor Perlongher, publicado por primera vez en 1996 y reeditado ahora con algunos hallazgos agregados y otras justificadas exclusiones. En el caso de Perlongher, no puede decirse que su producción ensayística sea menos importante que su producción poética, quizás porque en el cruce de ambas se revelan las señas más emblemáticas de su estilo (la palabra exuberante, el humor desenfadado, la ridiculización de los lugares comunes, la provocación desbocada, el posicionamiento político). Entre el Perlongher de “Cadáveres”, su largo poema incluido enAlambres, en el que sintetiza la época de la posdictadura con una sensibilidad nueva, y el Perlongher que explora los márgenes y retrata la violencia y el deseo de los homosexuales y travestis en textos como “El sexo de las locas”, “Matan a una marica” o “Los devenires minoritarios”, hay continuidades muy fuertes, que pasan por una temática marginal, un compromiso con la experiencia íntima y una observación minuciosa, expresada a través de la exacerbación lingüística del neobarroco rioplatense.

Ex militante del trotskismo y del Frente de Liberación Homosexual, devoto del culto al Santo Daime, blasfemo (capaz de agraviar mitos argentinos de la talla de Eva Perón en “Evita vive”), lector incansable de Deleuze (de quien se apropia para referirse largamente a los desórdenes del deseo y para hacer estallar categorías normativizantes), Perlongher podía desplazarse entre la poesía y la prosa, desinhibido y excesivamente lúcido. Desde San Pablo, donde vivió a partir de los ochenta dando clases y completando su tesis de maestría sobre la prostitución masculina, y murió de sida en 1992, Perlongher diseccionó su vida y obra en el siguiente cuestionario realizado originalmente para la revista porteñaBabel, que consistía en 69 preguntas (las mismas para diversos escritores): idas y vueltas por las sinuosas experiencias de un escritor que lejos de olvidarse, se sigue actualizando.

ENTREVISTA > ¿Qué autores tuvieron más importancia en su formación?
Néstor Perlongher: Entre cruzamientos múltiples, somos un pastiche de ecos y de voces, “agenciamientos colectivos de enunciación”, diría Deleuze: “una soledad infinitamente poblada”. Pero los que más me nutrieron –la poesía es un elixir– fueron los surrealistas (como Enrique Molina), el “Aullido” de Allen Ginsberg pasado por Góngora y Lezama (una verdadera intoxicación narcótica), Sarduy y, entre los argentinos, mi encuentro con Osvaldo Lamborghini fue decisivo.

Un escritor sirve para desfigurar, confundir, desperdigar las palabras de la tribu.”

¿Cuál es su poeta favorito?
Góngora, Lezama Lima. Pero también Artaud.

¿Cuáles son sus personajes de ficción favoritos?
Digo lo que me viene a la cabeza: Ubú, K., el Marqués de Sebregondi, tal vez un poco Larsen o Molloy, y entre los más recientes, la Kitty de La luz argentina, de César Aira. Y podría seguir y seguir –como con la Cadillac de Cobra–, pues depende de los bloques volubles de memoria, de afectos puntuales, insistentes en su fugacidad.

¿Qué frase de la literatura cita con más frecuencia?
Una de Deleuze, ya citada. De Lezama Lima: “Deseoso es aquel que huye de su madre”. Varias de Osvaldo Lamborghini: “Paciencia, culo y terror nunca me faltaron”, “¡Jamás seremos vandoristas!”. Boutades de Sarduy: “Lo primero para hacer la revolución es ir bien vestida”. Y otras joyitas que encuentro por ahí, al azar, y presumo que encajan.

¿Cuáles son los rasgos definitorios de su estilo?
Pregunta de/a crítico literario. Arriesgo: cierto embarrocamiento (no decir nada “como viene”, sino complicarlo hasta la contorsión) amanerado o manierista y, al mismo tiempo, una voluntad de hacer pasar el aullido, la intensidad. Una forma rigurosa (volutas voluptuosas) para una forma en torbellino. Y siempre el desafío de perderme en las maromas de las letras, efluvio saltarín, en el límite de la insensatez, del sinsentido. Ya hablé de un “barroco de trinchera”, cable a tierra. O de un “neobarroco”, que se hunde en el lodo del estuario.

¿Cuál de sus libros prefiere?
Alambres.

¿Qué efecto le producen las críticas sobre su obra?
Me interesan, ya que suelo jugarme a la polisemia y me sirven de referenciales en el pantano. De todos los viajes que uno hace sobre sus propios textos, acaba no sabiendo cuál es el recurrente. La crítica corre el riesgo de imponer una sobrecodificación, pero también dispone mapas, cartografías itinerantes de lo inasible.

¿Qué condiciones necesita para escribir?
Aislamiento. Locura esclavizante (las yemas a las teclas). Silencio. Guaraná, té, cigarros. No tener demasiadas cosas que hacer, sobre todo que leer, que escribir, pues si no el mambo se disipa en lo inmediato. La menor interferencia posible. A veces, hojear algunos libros de poesía, o inclusive textos anteriores, para ponerme en clima. Disponer de una noche sin urgencias, sin compromisos. Tiempo para huevear en huecos devaneos. Y, lo más importante, una fuerte dosis de energía: aché (la fuerza en el paganismo afro).

¿En qué país le gustaría vivir?
Tal vez en la Argentina, si no fuese tan autoritaria, hiposensual, decadente –o sea si fuera, vaya ilusión, “otra” Argentina, sin que para ello hubiera que recurrir (espanto ahuyentador) al Despoblador de Beckett. Acaso en Bahía, Brasil, si hubiese allí cómo mantenerse sin desmantelarse. El exilio, aunque tenga sus lamés dorados, desterritorializa. Y parece que no hay vuelta, se territorializa en la desterritorialización, un nomadismo de la fijeza.

¿En qué época hubiera elegido vivir?
Deliremos. En  de los Años Locos. Ser chamán en el apogeo de los reinos africanos del candomblé. En el furor del caucho amazónico, como Fitzcarraldo. Más lejos, participar en los rituales dionisíacos de los griegos. Como dice Lezama, la escritura, entre los vapores de los polvos para el asma, induce una suerte de desterritorialización fabulosa: “Con solo cerrar los ojos mientras froto la lámpara mágica, puedo revivir la corte de Luis XV y situarme al lado del Rey Sol, oír misa de domingo en la catedral de Zamora junto a Colón, ver a Catalina paseando por las márgenes del Volga congelado o trasladarme al Polo Norte y asistir al parto de una esquimal que después se comerá la placenta”. (Otra de las citas que reitero con deleite.)

¿Tiene o tuvo alguna militancia política? ¿Cuál?
Juvenilmente, en el trotskismo estudiantil y en el FLH. Sin llegar a militar (palabra sospechosamente ambigua), trato de mantenerme al tanto de los movimientos alternativos de minorías. Sé que los límites actuales de la política son estrechos y anacrónicos, pero tampoco me seduce la bovinidad del posmodernismo a lo Baudrillard. Las mutaciones que me interesan pasan más bien por lo microscópico, por lo molecular, en cierto sentido por lo existencial, sin dejar de ser colectivas, o mejor, “neotribales”.

¿Cómo definiría la argentinidad?
Sería una forma domesticada, blanduzca, de la extranjería, ya que uno no puede estar, esquizo, más que afuera. Pero también un terciopelo de calles y de roces, un estado de cuerpos asaz rígido, mas cuyas emulsiones se pringan de un olor familiar, acochambrado: lo de uno. Torpor orgánico, semianimal, que lleva a echarse en los cojines conocidos, aun a despecho de la pesadilla católica y los desfiles de lápidas, marmóreos caquis. Significativo que en una sociedad tan homogeneizante y controladora como la argentina, los diferentes de todo pelaje se vean impelidos a codearse en heteróclitos reductores que mixturan punks, tránsfugas del circo, nómadas de café y todo el carnaval minoritario, eslabonando complicidades intempestivas entre los intersticios del panóptico (ojos de los servicios, porteros y vecinos). La Argentina de mis afectos –perdóneseme la pretensión– sería la de esas socialidades menores –¿una especie de “Argentina menor?”– con sus alianzas, angustias, expansiones. Es triste reconocer lo lejos que estamos.

De todos los viajes que uno hace sobre sus propios textos, acaba no sabiendo cuál es el recurrente. La crítica corre el riesgo de imponer una sobrecodificación, pero también dispone mapas, cartografías itinerantes de lo inasible.”

¿Tiene algún vicio o adicción?
No los llamaría de esa manera, apenas ciertas predilecciones. Me hace acordar a la advertencia de un taxi boy: “Yo lo hago por interés, no por vicio”.

¿Qué películas vio varias veces?
Livia, de Visconti. La japonesa El imperio de las pasionesLos enanos también comienzan pequeños, de Herzog. Querelle, de Fassbinder. Vería de nuevo varias: la alemana Tiro de gracia y la polaca Madre Juana de los Ángeles, entre ellas.

¿Cómo le gustaría morir?
Casi durmiendo, en el éxtasis opiáceo de un supliciado chino, sin dolor, y sin incrustaciones hospitalarias.

¿Qué habría querido ser?
Uno va siendo lo que le sale. Algunos rumbos truncos: político, periodista, tal vez prosista. En un plano más radical, me gustaría ser negro. Ser un traidor a la raza blanca. Ser es devenir: devenir negro, devenir mujer, devenir loca, devenir niño.

¿Para qué sirve ser un escritor?
Para divertir la magia, desfigurar, confundir, desperdigar las palabras de la tribu. Se intuye en la poesía un eco oracular, pero no son sino los pliegues de los volados de diosas erráticas y poliformes. La poesía moderna –red molecular, círculo de filatelistas– trabaja directamente en el plano del lenguaje, para el lenguaje. ¿En qué medida no podría esbozarse, simplificadamente, una tensión entre fuerza y forma, entre fuerzas intensas y materiales de expresión? La labor poética apuntaría a la médula del sentido, de los sentidos codificados, instituidos. Hasta dónde llega el vaciamiento, en qué vacuola resplandece el vacío.

Prosa plebeya
(Excursiones) 264 páginas
Reproducciones de Adriana Minoliti

Ver nota original, ACÁ

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Esta entrada fue publicada el 13/11/2013 por en Prensa.
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